No lo puedo decir de manera más directa: Microsoft Edge es un muy buen navegador web. Después de que Microsoft mantuviera, durante décadas, aquella catástrofe llamada Internet Explorer, y también tras un primer periodo en el que Edge se mantuvo empleando un motor propietario, la adopción de Chromium marcó un antes y un después. Los ingenieros de Microsoft pudieron concentrarse en mejorar el rendimiento, sumar funciones interesantes, mejorar su interfaz… en fin, en lo que deberían haber hecho desde el principio, aunque nunca es tarde si la dicha es buena.
Digo esto porque, como también he mencionado en otras ocasiones, por desgracia Microsoft Edge suele protagonizar noticias negativas, por las políticas aplicadas por Microsoft para intentar convencer a los usuarios a que se animen a probarlo (y a convertirlo en su navegador por defecto, claro). Por fortuna, y de verdad que me alegra un montón, hoy no es uno de esos días. No, hoy vamos a hablar de una nueva mejora en el navegador de los de Redmond.
Microsoft Edge vuelve a ser noticia, y esta vez con un motivo que debería hacer sonreír a quienes valoramos la evolución tecnológica real. Tras muchos meses de trabajo y optimización silenciosa, Microsoft ha anunciado que Edge ha alcanzado un hito importante en términos de rendimiento: reducir su First Contentful Paint (FCP) global a menos de 300 milisegundos.
¿Y qué significa esto en el día a día? Básicamente, que la interfaz y funciones clave de Microsoft Edge aparecen casi de manera instantánea al cargarse. El FCP mide el tiempo que tarda en mostrarse el primer elemento visible de una web o aplicación, y la industria considera que superar los 300-400 ms puede deteriorar la experiencia de usuario. Gracias a su nueva arquitectura WebUI 2.0, que reduce el peso de los bundles de código y minimiza la carga de JavaScript en la inicialización, Edge ha logrado colocarse por debajo de ese umbral crítico.
En la práctica, esto se traduce en un navegador que reacciona mucho más rápido en acciones cotidianas. Por ejemplo, ahora las opciones de configuración abren casi al instante, el modo pantalla dividida fluye sin retardo, la lectura en voz alta de textos –con voces más naturales y nuevos idiomas– arranca más rápido, y los espacios de trabajo se sienten más ágiles e intuitivos.
Estos avances llegan en un momento clave para Edge. Con una cuota de mercado global que ronda el 5%, muy lejos del omnipresente Chrome, Microsoft sabe que solo con mejoras reales podrá seguir atrayendo usuarios. Y lo cierto es que, más allá de las polémicas estrategias de la compañía para empujar su adopción, Edge ha crecido mucho como navegador: sus herramientas de productividad, su compatibilidad plena con Chromium y su rendimiento técnico empiezan a ser argumentos de peso.
Mirando al futuro, Microsoft ha adelantado que este es solo un paso más en su hoja de ruta para Edge. Ya trabajan en mejorar la carga de funciones como la vista previa de impresión y la gestión de extensiones, reforzando su propuesta de velocidad y fluidez, aspectos clave en la experiencia de navegación moderna.
Quizá por todo esto, y volviendo a lo que mencionaba al inicio, Edge es un buen navegador. Su mayor enemigo sigue siendo la desconfianza que generan algunas prácticas de Microsoft, pero si sigue este camino de avances tangibles, podría consolidarse como la alternativa que muchos no sabían que necesitaban. Porque, al final, el mejor navegador no es el más popular, sino el que te ofrece la experiencia más rápida, estable y completa posible.
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