NVIDIA e Intel siempre han estado en lados opuestos del tablero, cada uno con sus fortalezas y sus batallas: el mundo del procesador frente al del acelerador gráfico. Y aunque hay quienes definen su relación como rivalidad, lo cierto es que cada una ha dominado su segmento, sin hacer mucho ruido en el otro. Ahora bien, lo que no esperábamos, aunque se complementen bien, es que esto se oficializara del modo en que lo ha hecho. La unión de estas dos compañías, sellada con un acuerdo que parecía bastante poco probable hace unos años, especialmente cuando Intel decidió volver al mercado de las gráficas dedicadas y cuando NVIDIA quiso compra ARM Holdings, puede redefinir cómo entendemos la informática de consumo en los próximos años.
El anuncio oficial confirma una colaboración estratégica que incluye la inversión de 5.000 millones de dólares por parte de NVIDIA en acciones de Intel y la decisión de trabajar conjuntamente en infraestructura de IA para centros de datos y en productos de computación personal. Aunque los procesadores x86 personalizados para servidores ocupan una parte importante del acuerdo, el impacto más inmediato para el usuario de a pie está en otra dirección: la llegada de SoCs x86 con chiplets RTX diseñados para el mercado de consumo.
El concepto es tan ambicioso como claro: unir en un mismo SoC la experiencia de Intel en procesadores x86 con la potencia de un chiplet RTX de NVIDIA. No hablamos de una iGPU convencional, como las que llevan tiempo integrándose en CPUs de Intel o en las APUs de AMD, sino de trasladar a un SoC parte del músculo de las gráficas dedicadas de NVIDIA. Esto significa, en la práctica, que un ordenador podría prescindir de una GPU adicional y aun así disponer de un rendimiento gráfico a un nivel inédito en soluciones integradas.
La comparación con lo que existe hoy resulta inevitable. Intel ha hecho avances notables con sus iGPU Arc, y AMD ha logrado integrar gráficas RDNA de gran nivel en sus APUs. Pero un SoC con chiplets RTX implicaría contar con el mismo ecosistema gráfico de NVIDIA —con soporte pleno de tecnologías como DLSS y ray tracing— en un diseño compacto y eficiente. Sería una solución disruptiva que cambiaría la línea que separa CPU e iGPU.
Las aplicaciones potenciales son numerosas. En el terreno de los portátiles, un SoC de este tipo podría revolucionar la gama media, ofreciendo equipos completos y accesibles sin renunciar a un rendimiento gráfico real. Incluso en la gama alta, donde seguirán existiendo configuraciones con GPU dedicada, la integración de un chiplet RTX serviría para garantizar potencia gráfica de base y una mayor eficiencia en equipos finos y ligeros. El salto se extendería también a miniPCs y sobremesas compactos, capaces de ofrecer una experiencia gaming o creativa de gran nivel sin necesidad de una tarjeta dedicada. Y no debemos olvidar los sobremesas tradicionales de gama media, que con este diseño podrían ofrecer un valor sin precedentes al integrar CPU y GPU en un solo chip.
El campo de las consolas también entra en el debate. Hoy sabemos que la próxima generación de Xbox volverá a contar con una APU de AMD, pero este acuerdo cambia el horizonte de la siguiente etapa. De hecho, lo que en su momento fue una especulación sobre una futura Xbox con CPU Intel y GPU NVIDIA cobra ahora un nuevo sentido, y la posibilidad de ver una máquina así ya no suena como un ejercicio de ciencia ficción, sino como una derivada lógica de esta alianza.
Ahora bien, el camino no está libre de obstáculos. Integrar CPU y GPU de alto nivel en un mismo SoC implica retos importantes en materia de consumo energético y disipación térmica, sobre todo en formatos portátiles. También será crucial garantizar la compatibilidad de drivers y la correcta convivencia con GPUs dedicadas en sistemas de gama alta, donde este diseño podría actuar como base híbrida en la que sumar una gráfica más potente. Resolver estas incógnitas marcará la diferencia entre un producto atractivo en papel y un éxito real en el mercado.
La dimensión estratégica del acuerdo no puede pasarse por alto. Para Intel, supone ganar un socio que garantiza carga de trabajo para sus fábricas y refuerza la relevancia de x86 en un momento en que ARM y RISC-V avanzan con fuerza. Para NVIDIA, significa entrar en un terreno donde nunca había tenido un pie firme: el mundo de la CPU de consumo. Frente a AMD, que hasta ahora era la única en ofrecer soluciones completas de CPU+GPU en un solo chip, la alianza plantea un competidor de un peso que hasta hace poco era inimaginable.
Aunque la parte de centros de datos también forma parte del acuerdo —con CPUs x86 personalizadas que Intel fabricará para las plataformas de IA de NVIDIA—, lo cierto es que el corazón de este movimiento, para el usuario común, late en los futuros SoCs de consumo. Será en el portátil, en el sobremesa y quizás en la consola donde veamos de verdad hasta qué punto este giro cambia las reglas del juego.
Mirando hacia atrás, pensar en Intel y NVIDIA trabajando juntas habría parecido un escenario improbable, más aún tras los intentos fallidos de cada una por expandirse en el terreno de la otra. Hoy esa hipótesis se ha convertido en un acuerdo tangible, con consecuencias que pueden sentirse tanto en el portátil más ligero como en el sobremesa de gama media, e incluso en futuras consolas. No es una simple alianza táctica: es un movimiento que cambia el equilibrio de fuerzas y que anticipa un futuro donde la informática de consumo ya no se entenderá en compartimentos estancos, sino en soluciones híbridas nacidas de la colaboración. Y quizá dentro de unos años, cuando hablemos de la evolución del PC, recordemos este punto como el momento en que la frontera entre CPU y GPU empezó a borrarse de verdad.
Por cierto, ¿sabes que, hace ahora 20 años, pudo ser Intel quien se hiciera con el control de NVIDIA? Si no conoces esa historia, o si quieres conocer todos sus detalles, te la contamos aquí.
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