Hay detalles que antes pasaban desapercibidos, pero que hoy llaman la atención de inmediato. Un pie con cuatro dedos. Un cartel que parece generado en piloto automático. Un gesto con banda sonora que no suena del todo humana. En la era de la inteligencia artificial, incluso los videojuegos más pulidos pueden dejar escapar rastros de síntesis. Fortnite, la joya de la corona de Epic Games, ha estrenado su nuevo capítulo envuelto en una polémica que no tiene que ver con armas ni mapas, sino con lo que se muestra y —sobre todo— con lo que no se cuenta.
El punto de partida han sido varios elementos del Capítulo 7, Temporada 1. Aunque Epic ha desmentido que algunos cosméticos como el spray de Marty McFly hayan sido generados con IA, los jugadores han detectado detalles que resultan difíciles de explicar por medios tradicionales. Uno de ellos es un cartel publicitario con un personaje tumbado: en la imagen, uno de los pies tiene cinco dedos y el otro, solo cuatro. La escena, acompañada del eslogan “Relax Faster, Relax Higher”, ha sido tomada como prueba casi evidente de que una IA generativa ha intervenido en su creación. A este ejemplo se suman otros carteles sospechosos, como el de la ficticia joyería “Uvula”.
Las críticas no han tardado en aparecer, y la respuesta de Epic, lejos de calmar los ánimos, ha añadido más leña al fuego. Seth Dirks, diseñador de Moisty Media, uno de los estudios colaboradores de Fortnite, publicó un mensaje en redes sociales acusando a los críticos de padecer un “síndrome de trastorno de la IA”. Según su argumento, muchos artistas están viendo cómo su trabajo es deslegitimado simplemente porque el público asume —sin pruebas— que ha sido creado por una máquina. “Esto es el desarrollo de videojuegos en 2025”, concluía. Pero aunque su enfado puede tener fundamento en casos concretos, el problema aquí no es solo la crítica precipitada: es la falta de transparencia.
En MuyComputer ya abordamos esta cuestión la semana pasada, a raíz de la diferencia de políticas entre Steam y Epic Games respecto al contenido generado por IA. Mientras Valve ha optado por exigir a los desarrolladores que informen abiertamente de si han utilizado herramientas generativas, Epic ha decidido prescindir de cualquier tipo de etiquetado, considerando —según palabras de su CEO, Tim Sweeney— que señalar el uso de IA “no tiene sentido” porque estará presente en casi todo. Lo que ocurre ahora con Fortnite es una consecuencia directa de esa postura: si no hay información oficial, la comunidad rellena los huecos con sospechas, teorías… y a menudo, con razón.
El debate no gira en torno a si se debe o no usar IA. Es evidente que la industria ya convive con ella en múltiples fases del desarrollo. El verdadero dilema está en no comunicarlo. Cuando los estudios eligen el silencio, el margen para la desinformación crece. Y al final, tanto el trabajo auténticamente humano como el generado por modelos se ven afectados por la sospecha. El diseño visual deja de hablar por sí mismo. Todo se interpreta como una sombra.
Esa confusión tiene efectos concretos. Por un lado, puede empañar la labor de artistas que han cumplido con sus plazos, herramientas y talento. Por otro, erosiona la confianza del jugador, que percibe incoherencias visuales pero no recibe ninguna explicación. Como medio, ya hemos defendido que el uso de IA no debería ser motivo de censura ni escarnio. Pero sí creemos que el consumidor tiene derecho a saber qué está viendo, cómo se ha producido y quién lo ha firmado. Esa información no impide disfrutar de un buen diseño. Lo enriquece.
Y en lo personal, lo tengo claro: no me molesta que un cartel o una canción estén hechos con IA. Me molesta tener que adivinarlo. Me molesta que el debate se convierta en un cruce de acusaciones en redes en lugar de resolverse con una simple línea informativa. En tiempos donde la IA es ubicua, decir la verdad no es un gesto de valentía. Es una forma básica de respeto. Etiquetar no es reducir. Es reconocer.
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