Otra vez los planes de suscripción de Netflix, sí. Y en esta ocasión, recordando de nuevo el sonadísimo giro de 180 grados dado por la plataforma decana del streaming de cine y series a través de Internet. Y es que también terminó siendo prácticamente precursora (aunque otros servicios lo anunciaron algo antes) en sumar a sus planes un nuevo tipo de contenido muy rentable para las mismas, pero no tan agradable para el común de los usuarios: la publicidad.
De la mano de este recordado debut, la compañía empezó a impulsar importantes cambios en su oferta de planes de suscripción, un movimiento bastante amplio que podemos resumir en tres puntos clave: el hachazo a las cuentas compartidas, las ya habituales subidas de precio y la eliminación del plan básico, hasta aquel momento la opción más económica para poder disfrutar de los contenidos de Netflix. Tres pérdidas importantes, en mi opinión como ex-suscriptor, pero que según los números publicados por la plataforma, están funcionando de maravilla para su balance financiero.
El capítulo que ahora se cierra por completo es el del plan Básico. Aunque hace meses que Netflix dejó de ofrecerlo a nuevos usuarios permitía que quienes ya lo tuvieran lo siguieran manteniendo. Esta prórroga, sin embargo, tiene los días contados. A partir de septiembre, los usuarios que seguían suscritos al plan Básico sin anuncios serán migrados automáticamente al plan Estándar con anuncios, que actualmente cuesta 6,99 euros al mes. En otras palabras, el plan Básico desaparece por completo del catálogo de planes de Netflix, y esta vez sí, sin excepciones.
Este cambio, explicado por la compañía como una mejora (mayor calidad de imagen, posibilidad de ver en dos dispositivos y un ahorro en la cuota mensual), supone en realidad una pérdida importante para quienes valoraban, por encima de todo, poder ver contenido sin interrupciones publicitarias y sin tener que pagar más de 10 euros al mes. El plan Básico ofrecía resolución 720p, un único dispositivo y, sobre todo, una experiencia libre de anuncios. La nueva alternativa más económica mantiene parte de esas características, pero introduce un elemento que muchos usuarios detestan.
A esto se suma que, si el usuario no desea ver anuncios, no le queda otra que pasarse al plan Estándar sin anuncios (13,99 euros) o al plan Premium (19,99 euros), lo que supone incrementos de precio de más del 30% respecto al plan Básico. La conclusión es clara: Netflix está empujando a sus usuarios a elegir entre pagar más o ceder parte de su experiencia visual a favor de la monetización publicitaria. Y lo hace con una estrategia que no deja margen a la resistencia pasiva: si no actúas, te migran igual.
Este tipo de decisiones, impopulares entre buena parte de suscriptores y exsuscriptores, se enmarcan en una hoja de ruta que prioriza el rendimiento económico inmediato por encima del mantenimiento del bienestar de los usuarios. Desde que Netflix dio por concluida la etapa de crecimiento masivo y entró en su fase de consolidación como gigante del entretenimiento, cada paso que ha dado parece diseñado para maximizar ingresos incluso a costa de erosionar parte de su imagen de marca. Y, aunque cueste reconocerlo, los resultados le están dando la razón: los ingresos suben y las acciones también.
Sin embargo, con cada uno de estos pasos, Netflix se aleja un poco más de aquello que le valió la simpatía de millones de personas en sus orígenes: una plataforma sencilla, asequible y centrada en el usuario. Ahora, con los anuncios en el centro de su modelo y con políticas comerciales cada vez más agresivas, la plataforma se parece más a la televisión tradicional que antaño prometió reemplazar. Quizá por eso, cada vez más personas, como yo, hemos optado por dejar de pagar por algo que ya no sentimos como nuestro.
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