En el mundo del hardware siempre hay arquitecturas que parecen destinadas a reemplazar a otras. Durante años se ha repetido que ARM sería el futuro inevitable, el relevo natural de x86 en portátiles, sobremesas e incluso servidores, y Apple lleva ya unos cuantos años defendiendo esta postura. Sus defensores han esgrimido como argumento central la eficiencia energética, esa capacidad de ofrecer más rendimiento por vatio y prolongar la autonomía de dispositivos móviles. Sin embargo, la historia tecnológica está llena de giros inesperados, y en la IFA 2025 AMD ha devuelto el debate a primer plano con una defensa férrea de x86 que desafía la narrativa dominante.
En una entrevista concedida durante la feria, la compañía aseguró que ARM ya no ofrece ninguna ventaja sobre x86 en términos de eficiencia energética. Un mensaje que contrasta con el discurso habitual de los últimos años, en los que procesadores como el Snapdragon X Elite han sido presentados como alternativa viable frente a las soluciones de AMD e Intel en portátiles ultraligeros. Según la firma, las últimas generaciones de Ryzen han alcanzado un punto en el que la autonomía y el rendimiento por vatio igualan o incluso superan lo que puede ofrecer ARM.
La estrategia de AMD se apoya en un argumento que trasciende las métricas de consumo: la importancia del ecosistema x86. No basta con medir cuánta batería ahorra un chip, sino que hay que considerar la compatibilidad con décadas de aplicaciones y herramientas que funcionan de forma nativa. Mientras ARM sigue necesitando capas de emulación o adaptaciones específicas, x86 ofrece acceso directo a todo el catálogo de software existente, un factor que sigue pesando mucho para profesionales y empresas.
En el terreno de los servidores, AMD ha insistido en que sus procesadores EPYC han demostrado una relación coste-rendimiento muy competitiva frente a alternativas como Graviton, la línea de chips ARM de Amazon Web Services. Más allá del marketing, la compañía sostiene que la eficiencia energética de x86 ya es plenamente comparable, y que el debate no debería centrarse únicamente en cifras aisladas, sino en el coste total de propiedad que afrontan las organizaciones a medio plazo.
Este posicionamiento responde también a una tendencia reciente en la industria. Durante un tiempo, la llegada de ARM a portátiles con Windows pareció marcar el inicio de un cambio de era, pero los progresos realizados por AMD e Intel en eficiencia han matizado esa narrativa. Las diferencias ya no son tan claras como hace apenas unos años, y el terreno se ha equilibrado lo suficiente como para que x86 siga siendo competitivo incluso en segmentos tradicionalmente dominados por la eficiencia energética.
Por supuesto, el debate no está cerrado. ARM sigue ganando terreno en sectores clave y su integración en dispositivos ultramóviles ofrece ventajas tangibles, especialmente en tamaño de chip y disipación de calor. Pero AMD quiere dejar claro que x86 no solo resiste, sino que evoluciona con rapidez para responder a esos desafíos. La competencia, más que nunca, se juega en los márgenes de optimización y en la capacidad de cada arquitectura de sostener un ecosistema sólido.
En lo personal, me parece un recordatorio de que la tecnología nunca avanza en líneas rectas. Lo que parecía un relevo asegurado entre arquitecturas se ha convertido en un pulso abierto, donde cada mejora reequilibra las fuerzas. Y quizá el verdadero valor de esta discusión no esté en coronar un ganador absoluto, sino en comprobar cómo esa rivalidad impulsa innovaciones que terminan beneficiando a todos los usuarios.
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