Android 16 me recuerda la falsa sensación de seguridad que todos tenemos al comprobar la barra de cobertura del móvil. Las rayas suben y pienso en conexión, no en vigilancia. Sin embargo, la realidad técnica de la telefonía móvil cuenta otra historia: una en la que nuestras señales pueden traicionarnos, donde nuestra ubicación, identidad y comunicaciones están al alcance de quien sepa imitar esa red invisible. Ahora, Android 16 quiere cambiarlo con una nueva función de alerta ante las llamadas torres falsas, los ataques Stingray, en un intento de devolver algo de privacidad a nuestras vidas conectadas.
En su próxima versión, Android 16 integrará un sistema de advertencia que notificará al usuario cuando su teléfono se conecte a una red móvil insegura o sospechosa. Concretamente, detectará redes no cifradas o aquellas que soliciten identificadores del dispositivo, como el IMEI o IMSI, indicadores claros de un posible ataque Stingray. Esta función, que aparecerá en un nuevo apartado de “Seguridad de red móvil”, también permitirá desactivar por completo la conectividad 2G, un protocolo mucho menos seguro y frecuentemente explotado en estas intrusiones.
Pero, ¿qué es realmente un Stingray? Técnicamente, se trata de un IMSI catcher, un dispositivo que simula ser una torre de telefonía legítima. Aprovecha la forma en la que funcionan las redes móviles: los teléfonos se conectan automáticamente a la torre con la señal más potente. El Stingray emite una señal más fuerte que las torres reales cercanas, de modo que todos los móviles en su radio de acción se conectan a él sin sospecharlo. Esa es su primera y más peligrosa virtud: resulta prácticamente invisible para el usuario.
Una vez conectados, los Stingrays capturan información de cada teléfono. Extraen el International Mobile Subscriber Identity (IMSI), que identifica la tarjeta SIM, y el International Mobile Equipment Identity (IMEI), que identifica el dispositivo físico. Con esos datos se puede ubicar el teléfono con precisión, crear un registro de movimientos y, en modelos avanzados, interceptar llamadas y mensajes o degradar la conexión obligándola a usar protocolos menos seguros como el 2G, donde el cifrado es mínimo o inexistente.
El funcionamiento de un ataque Stingray implica la recopilación indiscriminada de datos de todos los dispositivos cercanos. No es un sistema que identifique al objetivo antes de capturar información: primero atrae a todos los móviles del entorno, recoge sus identificadores y, posteriormente, filtra para encontrar el que busca. Esta recolección masiva plantea problemas graves de privacidad para personas no involucradas en ninguna investigación, cuyos datos quedan expuestos sin control ni consentimiento.
Durante años, cuerpos policiales y agencias gubernamentales de diversos países han utilizado Stingrays en investigaciones de todo tipo, desde casos de terrorismo hasta robos menores, en muchos casos bajo un marco de secretismo y con escaso control judicial. Recientemente, actores maliciosos han comenzado a usar estas tecnologías, aprovechando su disponibilidad en mercados grises y la incapacidad de la mayoría de smartphones para detectarlas o bloquearlas.
Google había introducido medidas parciales en versiones anteriores de Android, como la posibilidad de desactivar la conectividad 2G o de bloquear redes no cifradas, pero la detección activa de Stingrays requiere capacidades de hardware específicas. Con Android 16, la función de alerta solo estará disponible en dispositivos con módems compatibles con IRadio HAL 3.0, lo que implica que ni siquiera los últimos Pixel podrán beneficiarse de ella aún. Habrá que esperar a los smartphones que se lancen a finales de este año para verla implementada de forma completa.
Y así, Android 16 nos recuerda que la privacidad y la seguridad viven en un equilibrio frágil. Cada avance técnico que nos protege llega con años de retraso frente a quienes ya saben espiarnos. Esta nueva función es un paso adelante en la defensa de nuestros datos, pero también evidencia que, en el mundo móvil, la vigilancia siempre va un paso por delante. La pregunta sigue abierta: ¿serán suficientes estas herramientas para salvaguardar nuestros derechos en un futuro donde la red y el control se confunden cada vez más?
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