Cada tanto, cuando alguien me dice que “va a profundizar” en un asunto o que algo es “una rica sinfonía de matices”, no puedo evitar sonreír. Hace apenas unos años, esas frases habrían sonado pretenciosas o forzadas. Hoy, en cambio, parecen parte del paisaje cotidiano. Lo curioso es que no provienen de escritores ni de profesores de literatura, sino de personas corrientes, en conversaciones de oficina o en los mensajes de voz que dejo sin abrir. Y la sospecha, ahora confirmada, es que esa voz que se filtra con tanta sutileza en nuestro lenguaje no es humana: es la de ChatGPT.
Un reciente estudio realizado por el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano ha revelado cómo el uso de herramientas basadas en inteligencia artificial, como ChatGPT, está moldeando activamente la forma en que hablamos, escribimos y nos comunicamos. A través del análisis de más de 700.000 horas de podcasts y vídeos en inglés, los investigadores han rastreado patrones lingüísticos que evidencian un contagio gradual del estilo de redacción generado por modelos de lenguaje. Lo que era un experimento académico ahora toma cuerpo como una transformación lingüística palpable.
Los datos muestran un crecimiento sostenido en el uso de términos típicamente asociados con respuestas generadas por ChatGPT. Palabras como “delve”, “tapestry”, “nuance” o estructuras como “it is worth noting that…” han comenzado a aparecer en el habla informal con una frecuencia inusitada. Este fenómeno, que algunos bautizan como “GPT-ización” del lenguaje, se da tanto en creadores de contenido como en usuarios comunes, especialmente entre los más jóvenes y aquellos que recurren habitualmente a herramientas de asistencia textual.
Lejos de ser un mero capricho estilístico, este cambio aporta beneficios tangibles. Muchos estudiantes, por ejemplo, encuentran en el estilo de ChatGPT un modelo útil para mejorar la claridad de sus redacciones o enriquecer su vocabulario. También quienes se comunican en inglés como segundo idioma aprovechan la estructura sintáctica coherente y el tono neutro que ofrece el modelo como base para desarrollar textos más formales. La IA, en este sentido, actúa como un asistente editorial silencioso que afina y corrige sin interrumpir.
Sin embargo, los riesgos no son menores. El lenguaje, en tanto construcción social y cultural, puede empobrecerse si se uniforma en exceso. La personalidad, el ritmo, las cadencias únicas que cada hablante imprime a sus palabras, corren el riesgo de diluirse en un océano de expresiones genéricas y fórmulas repetidas. Al eliminar las imperfecciones, también se corre el riesgo de suprimir la emoción y la autenticidad. Las variantes regionales, los modismos, los errores felices que a veces nos definen, podrían verse desplazados por una homogeneidad sintética.
Los expertos, por su parte, llaman a la mesura. Recomiendan utilizar ChatGPT como herramienta de apoyo, pero no como molde final. “Lo importante es mantener una conciencia crítica sobre lo que adoptamos de la máquina”, señalan en el estudio. No se trata de rechazar la tecnología, sino de integrarla sin perder la voz propia. En ese equilibrio entre lo útil y lo humano se juega el verdadero desafío de esta nueva era lingüística.
Yo, por mi parte, he decidido seguir escuchando con atención. No solo a los que me rodean, sino también a mí mismo, mientras escribo. ¿Soy yo el que habla? ¿O hay un susurro invisible que me dicta desde el fondo de la red? Quizá la clave esté en aceptar que toda lengua está viva, y que en este siglo XXI su corazón late también entre servidores, prompts y modelos generativos.
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