Es justo decir que ChatGPT ha transformado la manera en que interactuamos con la inteligencia artificial, integrándose en el día a día de millones de personas para responder preguntas, generar textos y facilitar tareas de todo tipo. Su capacidad para procesar información en segundos ha impulsado su adopción en empresas, educación y entretenimiento. Sin embargo, más allá de su utilidad, su funcionamiento depende de una infraestructura colosal que consume cantidades ingentes de energía y agua, lo que plantea una cuestión crucial: ¿es sostenible este modelo a largo plazo?
Según un muy interesante informe publicado por Business Energy UK, el uso diario de ChatGPT implica un gasto de 19,99 millones de kWh, suficiente para cargar 4 millones de teléfonos móviles o alimentar el Empire State Building durante 270 días. En términos anuales, su consumo asciende a 7.285 millones de kWh, una cifra que supera el consumo eléctrico de 112 países enteros. A medida que la IA continúa expandiéndose, este nivel de demanda se convierte en un factor clave para el futuro del consumo energético global, poniendo presión sobre las redes eléctricas y aumentando la necesidad de fuentes de energía más eficientes.
Pero la electricidad no es el único recurso en juego. Cada vez que ChatGPT genera un texto de 100 palabras, consume aproximadamente 519 ml de agua, utilizada en la refrigeración de los servidores que lo mantienen operativo. A escala global, esto se traduce en 74,14 millones de litros de agua al día y 27.000 millones de litros al año, lo suficiente para llenar siete veces el embalse de Central Park en Nueva York. Si la demanda de inteligencia artificial sigue en aumento, este impacto en los recursos hídricos podría convertirse en un desafío ambiental significativo.

Las cifras resultan aún más llamativas cuando se comparan con otros referentes. En una semana, ChatGPT consume más electricidad de la que la Las Vegas Sphere necesita en todo un año. Su gasto mensual equivale a mantener encendidos todos los carteles de Times Square durante más de 10 años, mientras que, en términos de agua, su uso semanal supera el consumo total de Disneyland Orlando. En solo un mes, la IA emplea suficiente agua para dar un vaso a cada persona en el planeta, lo que pone en perspectiva la magnitud de los recursos que requiere su funcionamiento.
Más allá de estos números, el crecimiento acelerado de la inteligencia artificial está empezando a ejercer una presión sin precedentes sobre las infraestructuras eléctricas. En EE. UU., regiones como Virginia ya enfrentan un dilema: la construcción de nuevos centros de datos necesita una cantidad de energía equiparable a varias plantas nucleares. A medida que los modelos de IA avanzan y aumentan su capacidad de procesamiento, la demanda energética seguirá creciendo, lo que podría derivar en mayores costes operativos y un impacto ambiental aún mayor.
En este contexto, la sostenibilidad de la inteligencia artificial se convierte en una asignatura inevitable. ¿Podrá la tecnología seguir avanzando sin comprometer los recursos del planeta? Aunque las mejoras en eficiencia y optimización del hardware podrían reducir el impacto, la balanza entre progreso tecnológico y sostenibilidad sigue en debate. En un mundo donde la IA es cada vez más indispensable, encontrar soluciones energéticas sostenibles será clave para definir su futuro.
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