ChatGPT, ese símbolo del avance tecnológico con voz sedosa y respuestas a medida, ha sido aplastado por una consola Atari 2600 de 1977 corriendo a apenas 1,19 MHz. La misma máquina que revolucionó el entretenimiento doméstico con gráficos de píxeles y sonidos de chirrido digital. Un enfrentamiento entre dos generaciones de computación separadas por medio siglo, que se resolvió con un jaque mate a la inteligencia artificial moderna.
El experimento lo llevó a cabo Robert Jr. Caruso, ingeniero de Citrix, quien decidió enfrentar al flamante modelo GPT‑4o contra “Atari Chess”, el juego de ajedrez que aquella consola ofrecía en su día. Para garantizar la imparcialidad, utilizó una emulación fiel del hardware original. ChatGPT, que debía jugar únicamente por texto, se enfrentaba así a una inteligencia mucho más limitada, pero diseñada con un propósito específico: jugar al ajedrez. Y no solo perdió. Se desorientó, cometió errores de principiante y acabó siendo derrotado sin compasión.
Los errores no fueron menores. Desde confundir piezas —llamando “alfil” a una torre— hasta olvidar el estado del tablero tras cada jugada, pasando por la incapacidad para detectar horquillas o amenazas obvias. Caruso describió cómo, durante 90 minutos, tuvo que corregirle movimientos constantemente. Lo que debía ser una partida estructurada se convirtió en una clase de ajedrez para un modelo que, aunque capaz de redactar ensayos complejos y componer haikus, no comprendía lo que ocurría en el tablero.
Se intentó facilitarle la tarea cambiando el sistema de representación gráfica por notación algebraica estándar, con la esperanza de que eso ayudara a GPT‑4o a mantener un mejor seguimiento del juego. El resultado fue igualmente pobre. La IA seguía perdiendo el hilo, fallaba en las secuencias y mostraba una incapacidad notable para anticipar consecuencias. Su potencia no le sirvió para aplicar la lógica posicional básica del ajedrez. Jugaba como quien trata de recordar jugadas sueltas sin saber por qué se hacen.
Atari 2600 y Atari CXX40. Imagen: joho345
La paradoja es que “Atari Chess” tampoco es un prodigio técnico. Su motor, aunque rudimentario, fue diseñado específicamente para ese juego: evalúa posiciones, aplica reglas claras, mantiene memoria estructurada del estado del tablero. Frente a esa precisión específica, la inteligencia generativa de ChatGPT se revela como una herramienta sin brújula en terrenos que requieren estructura y persistencia lógica. No importa cuántas palabras pueda generar: si no puede razonar, no puede jugar.
Este caso ilustra con crudeza una de las limitaciones más serias de los modelos de lenguaje actuales. ChatGPT no “sabe” jugar al ajedrez. Lo simula. Genera respuestas a partir de patrones, pero no tiene una comprensión simbólica ni un modelo mental continuo del juego. No “ve” el tablero ni recuerda su estado más allá del texto que se le ha proporcionado. Su rendimiento puede parecer impresionante en contextos conversacionales, pero se desmorona ante sistemas que, aunque antiguos, han sido construidos para operar con reglas formales estrictas.
Y aquí radica la lección: más inteligencia no siempre significa más capacidad. A veces, una arquitectura simple y orientada a un objetivo concreto supera con facilidad a una inteligencia polivalente pero dispersa. El resultado del duelo entre ChatGPT y la Atari 2600 no es solo una anécdota retrofuturista. Es un recordatorio de que no todas las formas de inteligencia son equivalentes, y que el ajedrez, como la computación, sigue siendo más un asunto de precisión que de elocuencia.
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