La vastedad del espacio interestelar es testigo de la perseverancia humana a través de las sondas Voyager 1 y Voyager 2. Lanzadas en 1977, estas naves han trascendido su misión original, convirtiéndose en los objetos más lejanos creados por el ser humano y en símbolos de nuestra insaciable curiosidad por lo desconocido. A pesar del paso del tiempo y las dificultades técnicas, continúan enviando datos desde los confines del sistema solar.
Sin embargo, para garantizar su operatividad el mayor tiempo posible, la NASA ha tomado la difícil decisión de apagar dos de sus instrumentos científicos. El 25 de febrero, la agencia espacial desactivó el subsistema de rayos cósmicos de la Voyager 1, y el 24 de marzo hará lo mismo con el instrumento de partículas cargadas de baja energía de la Voyager 2. Ambas medidas forman parte de una estrategia para gestionar el suministro decreciente de energía, ya que los generadores termoeléctricos de radioisótopos de las sondas pierden aproximadamente 4 vatios de potencia al año. Esta reducción de consumo permitirá que otros instrumentos continúen operativos, prolongando así la misión.
A pesar de la desactivación de estos instrumentos, ambas sondas mantienen tres sistemas científicos activos, que seguirán recopilando datos sobre la heliosfera y el espacio interestelar. La Voyager 1, que actualmente se encuentra a más de 24.000 millones de kilómetros de la Tierra, y la Voyager 2, que ha superado los 20.000 millones de kilómetros, continúan explorando regiones del cosmos donde ninguna otra nave ha llegado. Gracias a ellas, los científicos pueden seguir estudiando las partículas cósmicas, el campo magnético interestelar y las interacciones entre el viento solar y el medio interestelar.
La historia de las Voyager es un testimonio de la ingeniería y visión que impulsaron su creación. Originalmente diseñadas para una misión de cinco años con el objetivo de explorar Júpiter y Saturno, ambas sondas superaron con creces todas las expectativas, extendiendo su viaje a Urano y Neptuno, y finalmente abandonando la heliosfera para adentrarse en el espacio interestelar. Durante estos casi 50 años, han proporcionado datos invaluables sobre el funcionamiento del sistema solar y su entorno interestelar.
Esta no es la primera vez que las Voyager enfrentan dificultades. En los últimos años, ambas sondas han experimentado problemas técnicos que han requerido ingeniosas soluciones por parte del equipo de la NASA. En 2023, por ejemplo, la Voyager 2 perdió temporalmente la comunicación debido a un comando erróneo que reorientó su antena. Tras varias semanas de incertidumbre, los ingenieros lograron reestablecer el contacto.
Cada día adicional que las Voyager permanecen activas representa una nueva oportunidad para ampliar nuestro conocimiento del cosmos. Sin embargo, el tiempo juega en su contra, y aunque la NASA confía en que podrán seguir operativas al menos hasta finales de la década, la pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo podrán seguir enviando datos? Con cada ajuste y optimización, la agencia espacial busca exprimir hasta el último recurso de estas legendarias sondas, que continúan demostrando que la exploración del espacio es una carrera de resistencia más que de velocidad.
Más información | Imágenes: NASA/JPL-Caltech
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