Windows 11 vuelve al centro de la polémica, pero en esta ocasión por un motivo que dice mucho más del clima actual que del sistema operativo en sí. Basta una mención a la inteligencia artificial, y más aún si viene acompañada de cifras grandilocuentes, para que un mensaje técnico se convierta en un titular explosivo. Eso es exactamente lo que ha ocurrido tras la difusión de un mensaje interno que, sacado de su contexto original, ha obligado a Microsoft a salir al paso.
El origen de la polémica está en una publicación de LinkedIn firmada por Galen Hunt, ingeniero de alto nivel en Microsoft, que hablaba de un objetivo tan ambicioso como llamativo: eliminar todo el código en C y C++ de la compañía antes de 2030, apoyándose en una combinación de inteligencia artificial y algoritmos. La frase “un ingeniero, un mes, un millón de líneas de código” terminó de redondear un mensaje que sonaba menos a investigación y más a una hoja de ruta corporativa en toda regla.
Ese tono fue precisamente el que encendió las alarmas. Windows, y en particular su núcleo y gran parte de su API, están profundamente ligados a C, mientras que C++ sigue siendo clave en numerosas aplicaciones. Que un ingeniero con peso específico dentro de la compañía hablara de eliminar esos lenguajes no podía interpretarse como una ocurrencia menor, y menos aún cuando el texto utilizaba expresiones como “nuestro objetivo” o “nuestra estrategia”, que daban a entender un respaldo institucional.
La reacción no tardó en llegar, y Microsoft se ha visto obligada a aclarar públicamente la situación. La compañía ha negado de forma tajante que exista cualquier plan para reescribir Windows 11 utilizando inteligencia artificial o para migrarlo masivamente a Rust. La aclaración llegó tanto desde el departamento de comunicación como desde el propio autor del mensaje, que terminó editando su publicación original ante la magnitud de la polémica generada.
En esa rectificación, Galen Hunt explicó que su mensaje había sido interpretado de forma más amplia de lo que pretendía. Según matizó después, el trabajo de su equipo se limita a un proyecto de investigación orientado a desarrollar tecnologías que faciliten la migración entre lenguajes de programación, no a definir una nueva estrategia para Windows ni a establecer Rust como destino obligatorio. La idea, insistió, era atraer a otros ingenieros interesados en un esfuerzo de investigación a largo plazo, no anunciar un cambio radical en productos comerciales.
Más allá del desmentido, el episodio deja al descubierto un problema de fondo. El discurso en torno a la inteligencia artificial ha alcanzado un punto en el que cualquier referencia a su uso en tareas complejas se amplifica de forma casi automática. Hablar de IA aplicada a grandes bases de código suena a reescrituras totales y a revoluciones inmediatas, cuando en muchos casos se trata de herramientas experimentales, todavía lejos de sustituir procesos críticos en software de la complejidad de Windows.
En este contexto, la frontera entre investigación y estrategia empresarial se vuelve especialmente difusa. Las grandes tecnológicas exploran activamente nuevas formas de automatizar y asegurar su código, y el debate sobre lenguajes más seguros o mantenibles está muy presente. Pero una cosa es investigar cómo facilitar futuras transiciones y otra muy distinta es rehacer un sistema operativo como Windows 11, con con todo lo que eso conlleva, apoyándose en IA.
Al final, Microsoft ha dejado claro que Microsoft no está planeando una reescritura de Windows 11 con inteligencia artificial. Sin embargo, el episodio sirve como recordatorio de hasta qué punto el discurso sobre la IA puede distorsionar la percepción de la realidad técnica. Windows no va a desaparecer bajo una capa de código generado automáticamente, pero el debate sobre cómo evolucionará su base técnica ya está sobre la mesa, aunque sea mucho menos espectacular de lo que algunos titulares sugieren.
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