Hay momentos en los que el lenguaje técnico resulta insuficiente para explicar ciertas situaciones, y uno se ve obligado a recurrir a lo más sencillo: las cosas no funcionan. Esperamos que un sistema operativo, sobre todo uno tan implantado como Windows, ofrezca un mínimo de estabilidad, que cumpla su propósito sin necesidad de heroísmos ni soluciones improvisadas. Que el ordenador arranque, que el menú de inicio se abra, que las ventanas aparezcan cuando deben aparecer. Parece elemental, pero hoy no lo es. Y cuando hablamos de Windows 11, esa sensación de normalidad se convierte cada vez más en un acto de fe.
Desde su presentación oficial en 2021, Windows 11 ha transitado un camino accidentado. Su lanzamiento estuvo marcado por decisiones polémicas: desde los requisitos de hardware draconianos que dejaron fuera a millones de equipos, hasta una interfaz que priorizó la estética sobre la funcionalidad. Las promesas de un sistema más moderno y coherente se diluyeron pronto entre inconsistencias visuales, retrocesos en usabilidad y, sobre todo, una sucesión de actualizaciones que, en lugar de resolver problemas, parecían acumular nuevos. Ahora, cuando ya se supone que debería haberse asentado como una plataforma madura, Microsoft reconoce que casi todas las funciones clave de su sistema operativo están rotas.
La admisión ha llegado de forma discreta, a través de un artículo de soporte técnico, pero su contenido no deja lugar a dudas. Microsoft confirma que el menú de inicio, la barra de tareas, el explorador de archivos, la aplicación de configuración y otras partes esenciales del sistema pueden fallar de manera generalizada. No se trata de un único error aislado, ni de un conflicto específico con determinados controladores: se trata de un fallo estructural que afecta a la “shell” del sistema operativo, y por tanto, al propio corazón de la experiencia de uso. En términos poco habituales para el lenguaje oficial de la compañía, la documentación reconoce que muchos de estos componentes están, literalmente, rotos.
La raíz técnica del problema se encuentra en los paquetes XAML, responsables de renderizar y coordinar gran parte de la interfaz de Windows. Según detalla Microsoft, estos paquetes pueden corromperse o no registrarse correctamente, lo que impide que el sistema cargue de forma fiable elementos esenciales. Los síntomas son diversos, pero todos graves: el proceso Explorer.exe puede colapsar repetidamente, los accesos al menú de inicio fallan o desaparecen, la app de configuración se niega a abrirse, y los procesos ShellHost.exe o StartMenuExperienceHost presentan fallos de ejecución. En algunos casos, el usuario se encuentra con una pantalla funcionalmente vacía, donde ni siquiera las combinaciones de teclado logran recuperar el control.
Estos fallos comenzaron a detectarse tras las actualizaciones acumulativas publicadas a partir de julio de 2025, y afectan tanto a la versión 24H2 como a la 25H2 de Windows 11. Ambas comparten una base de código común, lo que ha extendido el impacto del problema incluso a instalaciones limpias. Esto significa que no hablamos de errores heredados por configuraciones antiguas, sino de un fallo presente en el sistema actual distribuido por Microsoft. La empresa no ha proporcionado un calendario para su resolución definitiva, aunque ofrece una solución temporal mediante un script de PowerShell destinado a re‑registrar los paquetes afectados. Esta medida, sin embargo, está lejos de ser accesible o fiable para el usuario medio.
Las consecuencias son obvias: una merma sustancial en la fiabilidad del sistema. Tareas tan básicas como abrir una carpeta o acceder a los ajustes dejan de estar garantizadas. Para los usuarios profesionales, esto implica una pérdida de productividad inmediata. Para los domésticos, una experiencia frustrante que mina la confianza. Pero más allá del efecto inmediato, lo que inquieta es la deriva de fondo: un sistema operativo moderno que, tras años de evolución y con recursos prácticamente ilimitados a su disposición, no logra sostener su núcleo funcional.
He crecido —como muchos— usando Windows como herramienta de trabajo, aprendizaje y ocio. He pasado por las luces y sombras de cada versión, desde las épocas de gloria de Windows XP hasta los tropiezos de Vista o los aciertos de Windows 10. Pero lo que sucede con Windows 11 no es un tropiezo puntual, sino la confirmación de una tendencia: un sistema que prioriza lo aparente sobre lo esencial, y que parece más preocupado por adaptarse a estrategias corporativas que por servir de forma sólida a sus usuarios. Quiero pensar que Microsoft corregirá el rumbo, pero también creo que ha llegado el momento de exigir menos promesas y más sistemas que simplemente funcionen. Porque, al final del día, no pedimos tanto: solo que el ordenador haga lo que tiene que hacer.
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