Me considero una persona afortunada por haber vivido algunos momentos únicos e irrepetibles, y sin duda alguna Napster formó parte de alguno de los mismos. Cuando yo era un adolescente, el acceso a la música pasaba por la tienda de discos, las cintas grabadas de la radio, el puesto «pirata» que te grababa originales en cinta por 200 pesetas y poco más. Sin embargo, cuando la presencia de la red empezó a normalizarse en nuestras vidas, de la noche a la mañana apareció un servicio que ponía toda la música del mundo al alcance de un click.
El sistema no era perfecto, pues podías tener que esperar minutos para bajarte una canción, a veces los títulos estaban mal, en alguna ocasión la calidad de los archivos era bastante mejorable… ahhh, sí, y era ilegal, o al menos eso decidió un sistema judicial absolutamente plegado a los intereses de los gestores de derechos de autor. Lo que vino después, incluida la denuncia de Metallica a muchos usuarios del servicio, queda en la historia y la memoria colectiva.
Ahora, 25 años después de haber sacudido los cimientos de la industria musical, Napster vuelve a estar en boca de todos, pero no porque vaya a revolucionar de nuevo la forma en la que accedemos a la música, sino porque ha sido comprada por Infinite Reality, una empresa tecnológica centrada en experiencias inmersivas, por 207 millones de dólares. Su intención, según han explicado, es integrar Napster en el metaverso para ofrecer conciertos virtuales, espacios personalizables para artistas y experiencias sociales con música de fondo. Todo muy “web 3.0”, todo muy 2022.
John Acunto, CEO de Infinite Reality, ha declarado que la marca Napster les servirá como “puerta de entrada” para una nueva generación de entretenimiento musical. Y Jon Vlassopulos, actual CEO de Napster, ha apuntado que los artistas podrán diseñar entornos digitales a su gusto, como playas para conciertos de reggae o mundos futuristas para artistas electrónicos. La idea no es solo escuchar música, sino habitarla, recorrerla, consumirla como parte de una experiencia mucho más sensorial.
Que nadie se lleve a engaño: esta no es la primera vez que Napster intenta reinventarse. Desde que se viera forzada a cerrar en 2001 por orden judicial, tras las demandas de Metallica y la RIAA, ha vivido varias vidas. En 2008 reapareció como tienda online de música (sí, con las mismas discográficas que antes la querían enterrar). En 2011 se fusionó con Rhapsody. Y en 2020, como te contamos entonces en MuyComputer, fue adquirida por MelodyVR para intentar convertirla en una plataforma de conciertos en realidad virtual. Aquello no cuajó, pero al menos sembró la idea de que Napster todavía podía aportar algo al ecosistema musical.
Tampoco funcionó del todo la aventura blockchain. En 2022, Napster fue adquirida por Hivemind y Algorand, con la promesa de crear una plataforma musical basada en Web3. Spoiler: no ocurrió gran cosa. Lo que nos lleva al presente, donde Infinite Reality —tras comprar marcas como Drone Racing League y Obsess— ha decidido que Napster puede ser la pieza que les faltaba para su puzzle del metaverso musical.
No seré yo quien niegue el potencial de esta nueva visión. Un Napster completamente legal, bien integrado con la industria y capaz de ofrecer a los fans una experiencia distinta, podría encontrar su hueco. Pero también sé que las marcas no son varitas mágicas. Y que la historia de Napster —con sus luces, sombras y reinvenciones— demuestra que sobrevivir no siempre equivale a brillar.
Si me hubieran dicho en el año 2000, mientras esperaba que se descargara un MP3 a 5 KB/s, que Napster acabaría siendo una plataforma del metaverso con conciertos de realidad aumentada, seguramente me habría reído. Y si me lo dicen hoy, también me río… pero esta vez con un poco más de curiosidad.
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