La industria del cine lleva años buscando fórmulas para abaratar costes y acelerar producciones sin sacrificar calidad. La animación, especialmente exigente en recursos y tiempos, parecía un terreno poco permeable a cambios radicales. Sin embargo, OpenAI quiere demostrar lo contrario: que la inteligencia artificial no solo sirve para las tareas del día a día o piezas breves, sino que puede sostener una producción de largometraje destinada a las salas de cine.
El proyecto en cuestión se titula Critterz y será la primera película animada de larga duración apoyada directamente por la compañía. La producción se desarrolla en colaboración con Vertigo Films y Native Foreign, y estará impulsada por varias de las tecnologías más avanzadas de OpenAI, como GPT-5, DALL·E y el generador de vídeo Sora. El estreno está previsto para 2026, con la intención de presentarse en el Festival de Cannes como carta de presentación internacional.
Uno de los aspectos más llamativos es su calendario de producción. Mientras que una película animada tradicional suele tardar alrededor de tres años en completarse y exigir presupuestos superiores a los 100 millones de dólares, Critterz se propone estar lista en apenas nueve meses y con un coste de unos 30 millones. El proyecto está liderado por Chad Nelson, creativo especializado en la integración de tecnologías emergentes en procesos audiovisuales.
La trama gira en torno a un grupo de criaturas del bosque cuya aldea se ve alterada por la llegada de un visitante inesperado. Aunque el argumento puede sonar clásico, la forma de producirlo no lo es: ilustradores humanos sentarán las bases artísticas y actores profesionales pondrán las voces, pero la inteligencia artificial intervendrá en la generación de escenarios, la animación de secuencias y la agilización de procesos que, de otro modo, consumirían meses de trabajo.
La apuesta estratégica de OpenAI es clara. Con Critterz, la compañía pretende convencer a una industria cinematográfica todavía recelosa de que la inteligencia artificial no tiene por qué sustituir a los creativos, sino que puede convertirse en un aliado que amplía sus capacidades y reduce plazos. El proyecto se presenta, además, como un laboratorio práctico para explorar cómo se integra la IA en la producción profesional sin perder calidad ni expresividad.
Sin embargo, el camino no está libre de obstáculos. Los sindicatos de la industria audiovisual han expresado su preocupación por el impacto que estos avances pueden tener en el empleo, y el debate sobre los derechos de autor de los contenidos generados por IA sigue abierto. El propio uso de datasets para entrenar modelos plantea interrogantes legales y éticos que todavía no cuentan con una respuesta clara.
Creo que Critterz no será solo una película, sino un indicador del rumbo que puede tomar la animación en los próximos años. Si logra cumplir lo que promete en términos de calidad y reducción de costes, podría marcar el inicio de un modelo industrial completamente nuevo; si fracasa, quedará como un recordatorio de que la creatividad humana todavía guarda un terreno difícil de automatizar. En cualquier caso, su estreno promete abrir un debate tan apasionante como incómodo sobre el papel real de la IA en el arte.
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