ChatGPT se ha vuelto tan cotidiano que a veces ni reparamos en su presencia. Igual que uno consulta el buscador sin pensarlo o recurre al móvil para orientarse en la ciudad, la inteligencia artificial conversacional se ha colado en la rutina digital de millones de personas. Me resulta curioso cómo lo extraordinario se normaliza con rapidez: lo que ayer parecía magia hoy se convierte en hábito. Y esa familiaridad esconde una pregunta que merece respuesta: ¿para qué lo estamos usando en realidad?
OpenAI ha publicado su primer estudio oficial sobre los usos más frecuentes de ChatGPT, un ejercicio de transparencia que ayuda a poner números y categorías a lo que hasta ahora solo intuíamos. El informe no se limita a una anécdota ni a un listado superficial, sino que organiza patrones de comportamiento y revela qué funciones se repiten con más frecuencia entre los usuarios. La relevancia radica en que la compañía, por primera vez, ofrece un mapa de cómo se apropia la gente de su tecnología.
La primera conclusión es que no existe un único ChatGPT, sino muchos. En el ámbito profesional, se ha convertido en asistente de redacción, corrector de estilo, generador de informes y compañero para la programación. En la educación, sirve como tutor que explica conceptos, resuelve dudas o sugiere formas de abordar un problema. Y, en paralelo, aparece un uso más relajado: pedirle que invente historias, que sugiera recetas o que actúe como interlocutor en una conversación ligera. Cada contexto traza un perfil distinto de la misma herramienta.
Los datos apuntan también a diferencias entre grupos de usuarios. Quienes recurren a ChatGPT en el trabajo tienden a utilizarlo de manera intensiva, sustituyendo procesos que antes dependían de manuales, buscadores o aplicaciones específicas. En cambio, los más jóvenes lo adoptan como complemento para estudiar, practicar idiomas o explorar ideas creativas. En ambos casos, se percibe un desplazamiento: tareas que antes se resolvían con herramientas fragmentadas ahora encuentran respuesta en una única interfaz conversacional.
El peso de ChatGPT en entornos profesionales merece atención especial. Programadores que piden explicaciones de código, analistas que simplifican grandes volúmenes de información, redactores que afinan un texto complejo: todos ellos encuentran en el modelo un aliado que acelera procesos sin sustituir del todo el trabajo humano. Frente a esto, el uso lúdico refleja otra faceta: juegos de palabras, curiosidades, acompañamiento en horas de ocio. La dualidad entre productividad y entretenimiento es una de las claves del estudio.
OpenAI advierte, sin embargo, que medir con precisión algo tan variado no es tarea sencilla. Los usos son heterogéneos y muchos se superponen entre categorías. Además, la compañía subraya que el estudio captura una instantánea en un momento concreto, sin que pueda considerarse un reflejo definitivo de tendencias a largo plazo. Aun así, el valor está en ofrecer una primera cartografía de cómo evoluciona la interacción con un modelo que no deja de ampliarse en capacidades y alcance.
Conviene no olvidar, eso sí, que todo este entusiasmo convive con limitaciones reales. ChatGPT sigue cometiendo errores de hecho, inventando datos o interpretando de manera simplista problemas complejos. Apoyarse en exceso en sus respuestas puede generar una falsa sensación de fiabilidad que, en ámbitos críticos, conlleva riesgos significativos. El propio estudio recuerda que, aunque se use masivamente como asistente, la supervisión humana sigue siendo imprescindible para garantizar precisión y responsabilidad.
Al final, lo más interesante, incluso pintoresco en algunos casos, no es lo que ChatGPT es capaz de hacer, sino lo que la gente decide hacer con él. Cada petición revela una necesidad, desde la más trivial hasta la más compleja. Y en esa diversidad, la inteligencia artificial se convierte en un espejo: refleja tanto la búsqueda de eficiencia como el deseo de compañía, la curiosidad como la necesidad urgente de respuestas. Tal vez ahí resida su verdadero impacto, en recordarnos que la tecnología no se mide solo por su potencia, sino por la manera en que se integra en nuestras vidas.
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