Todavía recuerdo el sabor de boca que me dejó Apagón, allá por 2022, y el modo en el que ponía el foco en el modo en el que un evento, como una tormenta solar, puede cambiarlo todo. Y como aplicación práctica, aunque afortunadamente muy limitada, hace solo unas semanas todos vivimos la experiencia de un apagón a nivel nacional. Una experiencia que, para quienes vimos la serie de Movistar+, tuvo un extra de angustia. Y, aunque parece haber sido descartada, una de las teorías que estuvo en el aire durante las primeras horas, para darle explicación al apagón, fue la de una tormenta solar.
Y no es que aquella hipótesis fuera descabellada. De hecho, hace unos pocos días la Tierra ha sido alcanzada por una tormenta solar severa, con origen en una eyección de masa coronal proveniente de una región particularmente activa del Sol. Aunque sus efectos no pasaron de auroras boreales más al sur de lo habitual y alertas preventivas a infraestructuras sensibles, lo cierto es que ha sido una de las más intensas de los últimos años. Una clase G4 en una escala que solo llega hasta G5. Por suerte, esta vez no tocó nada esencial.
Lo interesante —o inquietante— es que la mayoría apenas fuimos conscientes de ello. Una tormenta de ese calibre puede interrumpir comunicaciones, afectar redes eléctricas y alterar los sistemas de navegación por satélite… e incluso acabar con ellos. Que sus efectos fueran tan contenidos fue casi una anomalía estadística. Y por eso, quizás, merece la pena que nos detengamos un momento y repasemos con calma qué es exactamente una tormenta solar, cómo se origina, y por qué puede tener tanta influencia sobre nuestra vida diaria sin que siquiera miremos al cielo.
¿Qué es una tormenta solar?
Una tormenta solar es, esencialmente, una explosión de actividad procedente del Sol, nuestra estrella. Aunque su superficie aparente estar tranquila, cuando la miramos con filtros o desde imágenes espaciales, el Sol es un hervidero de energía, atravesado por campos magnéticos en constante reconfiguración. Cuando estos campos se reorganizan bruscamente, pueden liberar enormes cantidades de energía en forma de llamaradas solares (flares) o eyecciones de masa coronal (CMEs, por sus siglas en inglés).
Las llamaradas son explosiones electromagnéticas que se propagan a la velocidad de la luz, mientras que las CMEs son nubes de plasma cargado, mucho más lentas, que pueden tardar entre uno y tres días en llegar a la Tierra. Cuando una de estas eyecciones nos alcanza, no lo hace en silencio: interacciona con el campo magnético de nuestro planeta y lo sacude como un tambor.
Cómo nos afecta en la Tierra
La magnetosfera terrestre actúa como escudo protector, desviando la mayoría de las partículas solares. Pero cuando una CME es particularmente potente y dirigida directamente hacia nosotros, ese escudo se ve comprometido. La energía y las partículas pueden penetrar en la atmósfera superior, generando alteraciones en la ionosfera, donde rebotan las señales de radio, o en los cinturones de Van Allen, donde orbitan muchos satélites. Este es el punto donde hablamos ya no de tormenta solar, sino de tormenta geomagnética.
Los efectos son variados y dependen de la intensidad del fenómeno: auroras visibles mucho más al sur de lo habitual, cortes en las comunicaciones de radio de alta frecuencia, errores en sistemas de posicionamiento global, interrupciones en vuelos de aviación polar e incluso sobrecargas en redes eléctricas terrestres. Cuanto más dependemos de la tecnología, más vulnerable se vuelve nuestro sistema ante estos eventos.
Eventos históricos que lo demuestran
El caso más famoso, y también el más inquietante, es el llamado Evento Carrington de 1859. Fue tan intenso que las auroras fueron visibles desde Cuba y Colombia, y los operadores de telégrafo en Europa y Norteamérica reportaron chispas saliendo de sus aparatos, incluso cuando estaban desconectados. Las transmisiones continuaron durante minutos sin alimentación eléctrica, alimentadas solo por la energía inducida en los cables.
Más recientemente, en 1989, una tormenta geomagnética menos intensa que la de Carrington provocó un apagón de nueve horas en Quebec, Canadá. Las líneas de alta tensión no estaban preparadas para absorber las corrientes inducidas, y el sistema colapsó. Ese evento, aunque regional, demostró que incluso sociedades modernas pueden ser vulnerables ante este tipo de amenazas naturales.
Cómo se detectan y miden
Afortunadamente, hoy contamos con tecnología para anticipar estos fenómenos. Satélites como el SOHO (Solar and Heliospheric Observatory) o el SDO (Solar Dynamics Observatory) observan constantemente la actividad del Sol. Cuando detectan una CME, se activa un sistema de alertas que puede dar entre 15 y 72 horas de margen, dependiendo de la velocidad de la eyección.
La intensidad de las tormentas geomagnéticas se mide con la escala G, que va de G1 (leve) a G5 (extrema), y se basa en el índice Kp, que refleja la perturbación del campo magnético terrestre. Esta escala ayuda a valorar el impacto potencial en redes eléctricas, satélites, comunicaciones y navegación. No todas las CMEs provocan tormentas severas, pero cuando lo hacen, se puede anticipar su llegada y mitigar sus efectos.
¿Deberíamos preocuparnos?
No hay que caer en el alarmismo, pero sí conviene tener conciencia del riesgo. Los eventos extremos como el de Carrington son poco frecuentes, pero no imposibles. Un estudio de la NASA estimó en 2012 que la probabilidad de que ocurra una tormenta solar de gran intensidad en la próxima década era de aproximadamente un 12%. Si sucediera hoy, los daños podrían alcanzar cifras multimillonarias, especialmente por el impacto en satélites, telecomunicaciones, sistemas de navegación y redes eléctricas.
Sin embargo, también es cierto que la monitorización solar mejora cada año, y que los operadores de infraestructuras críticas están cada vez más concienciados. Las alertas tempranas permiten desconectar satélites temporalmente, reconfigurar rutas aéreas o aplicar protecciones en las redes eléctricas para reducir el riesgo de daño. La clave, como en tantos otros aspectos tecnológicos, está en la preparación.
El Sol, siempre ahí… pero nunca del todo predecible
Quizás lo más fascinante de todo esto es que un fenómeno tan cotidiano como la luz del Sol o el calor que nos da en verano esconde, tras su aparente constancia, una dinámica violenta y profundamente poderosa. Cada 11 años, su actividad magnética se intensifica y se multiplica la posibilidad de tormentas solares. Estamos en un ciclo de máximo solar ahora mismo, y eso significa que fenómenos como el de hace unas semanas podrían repetirse.
Miramos al Sol cada día, pero rara vez lo pensamos como una fuerza que puede trastocar nuestras vidas. Y, sin embargo, basta un pulso de energía de su superficie para encender auroras donde nunca antes las vimos, o para silenciar satélites en pleno cielo azul. Tal vez sea hora de recordarlo más a menudo: que la Tierra gira, sí, pero gira bajo la mirada constante de una estrella que no siempre brilla con calma.
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