Sora 2 lleva semanas sonando como una de esas tecnologías que no solo prometen cambiar el futuro, sino que insinúan que ya lo han hecho. Me cuesta no pensar en las consecuencias de permitir que una máquina —una red entrenada con millones de datos— pueda imaginar por nosotros, pueda crear imágenes en movimiento con la soltura de un director de cine y la obediencia de un asistente digital. Cuesta no preguntarse si estamos cruzando una línea invisible entre lo posible y lo inevitable.
Presentada por OpenAI hace poco más de un mes, Sora 2 es la evolución del modelo generativo de vídeo que ya sorprendió en su versión inicial, pero que ahora se presenta con mejoras sustanciales en precisión física, continuidad narrativa y calidad de imagen. Su función principal sigue siendo la generación de vídeos a partir de descripciones textuales, aunque lo hace con mayor sofisticación. El nuevo modelo no solo interpreta comandos simples, sino que entiende acciones encadenadas, relaciones espaciales complejas y genera escenas de hasta un minuto con transiciones suaves y una lógica interna asombrosa.
Técnicamente, Sora 2 se apoya en un modelo mejorado que simula la física del mundo real con mayor verosimilitud. Es capaz de manejar dinámicas de fluidos, sombras proyectadas, y movimientos humanos con una fidelidad que roza lo cinematográfico. El sistema genera vídeo en resolución 1080p, con soporte para clips largos y secuencias coherentes incluso cuando los personajes se mueven entre distintos espacios. Además, se ha añadido un sistema de voz sincronizada y efectos de sonido, lo que abre la puerta a narrativas completas producidas enteramente por IA.
El mayor cambio, sin embargo, no está en el interior del modelo, sino en su política de acceso. Según ha informado TugaTech, OpenAI ha abierto el uso de Sora 2 a usuarios de Estados Unidos, Canadá, Japón y Corea del Sur, eliminando por ahora la necesidad de invitación. Se trata de una apertura estratégica, limitada tanto en tiempo como en geografía, que permite anticipar los movimientos de la compañía sin comprometer todavía un despliegue global. No se ha concretado hasta cuándo se mantendrá este acceso, pero todo apunta a que se trata de una fase de observación previa a un lanzamiento más amplio, o a la implementación de un modelo de pago estructurado.
Esta apertura, aunque parcial, ya puede tener un importante calado en la comunidad de la creación audiovisual. Profesionales del vídeo, animadores, publicistas e incluso desarrolladores de videojuegos se enfrentan ahora a una herramienta que puede automatizar gran parte del trabajo visual sin perder calidad ni narrativa. Por un lado, Sora 2 ofrece importantes posibilidades para reducir tiempos de producción, generar prototipos rápidos y experimentar con ideas sin necesidad de rodaje. Por otro, plantea interrogantes sobre el futuro del trabajo creativo, la propiedad intelectual y la línea entre lo auténtico y lo sintético.
Y es que no todo lo que brilla en esta nueva era está libre de sombra. La capacidad de generar vídeos hiperrealistas también puede usarse para crear desinformación, suplantaciones o manipulaciones visuales difíciles de detectar. OpenAI ha afirmado estar implementando salvaguardas y sistemas de etiquetado, pero los riesgos inherentes a una tecnología de esta magnitud no se disipan fácilmente. Tampoco está claro cómo se protegerán los derechos de imagen y de autor cuando cualquier rostro, objeto o estilo pueda replicarse con unos pocos comandos de texto.
Frente a todo esto, me queda una sensación ambigua. Por un lado, Sora 2 me fascina; su poder creativo es incuestionable. Por otro, me inquieta pensar en lo que significa que esté, aunque sea temporalmente, al alcance de cualquier usuario en cuatro grandes países. La creación visual ha sido siempre un espacio profundamente humano, ligado a nuestra forma de contar historias, de registrar la realidad y de imaginar futuros. Hoy, ese espacio se ha abierto a una inteligencia que no sueña, pero que puede crear sueños. No sé si es el principio de una era de abundancia creativa o la antesala de una confusión permanente entre lo real y lo fabricado. Pero sí sé que es imposible mirar hacia otro lado.
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