Tesla ha sido, durante mucho tiempo, sinónimo de innovación, y en verdad es indudable que suyo es el mérito de haber empujado a la industria del automóvil a la adopción masiva de sistemas electrónicos para todo y salpicaderos «todo pantalla»… sea esto mejor o peor, pues hay opiniones para todos los gustos. Personalmente, y por no enrollarme, diré que coincido plenamente con la opinión de mi compañero Isidro, que se puede resumir en que en el equilibrio está la virtud.
Tesla, sin embargo, ha ido mucho más allá, al punto de que cada vez está más extendida la opinión de que sus productos no son coches, sino tablets con ruedas, y que no es un fabricante de motor, sino de electrónica de consumo. Yo no sé si lo llevaría tan lejos, la verdad, pero sí que es indudable que sus innovaciones (ya veces también sus retrocesos) se centran en la electrónica, que se integra por completo en todo lo relacionado con el funcionamiento de sus coches. Y no hablo solo de las interfaces de control y demás, también me refiero al enorme conjunto de algoritmos que rigen prácticamente todo lo relacionado con el funcionamiento de los mismos. Para bien y para mal.
La última polémica que enfrenta Tesla tiene precisamente que ver con ese dominio algorítmico. Una demanda presentada recientemente en California acusa a la compañía de utilizar su control del software para manipular el funcionamiento del cuentakilómetros de sus vehículos. Según el documento, Tesla habría desarrollado un sistema que no mide de forma directa la distancia recorrida, sino que calcula el kilometraje basándose en modelos predictivos de consumo energético, estilo de conducción y otros parámetros derivados. ¿La consecuencia? El cuentakilómetros podría estar registrando más kilómetros de los realmente recorridos, lo que aceleraría artificialmente el vencimiento de las garantías.
El caso ha sido llevado a los tribunales por Nyree Hinton, propietario de un Model Y fabricado en 2020 y adquirido a finales de 2022. Hinton afirma que su coche empezó a registrar cifras anómalas de kilometraje diario: hasta 72 millas por día, cuando en realidad apenas recorría unas 20. Más preocupante aún, asegura que el cuentakilómetros siguió aumentando mientras el vehículo permanecía parado en un centro de servicio oficial de Tesla. El resultado fue el vencimiento prematuro de la garantía de 50.000 millas, lo que le obligó a asumir una factura de más de 10.000 dólares por una reparación de la suspensión.
La acusación no se limita a un error puntual, sino que plantea un modelo sistemático: Tesla habría diseñado su sistema de cálculo de kilometraje para beneficiar a la empresa, reduciendo sus obligaciones de garantía y fomentando la contratación de coberturas extendidas. Según la demanda, esto no solo pone en desventaja a los usuarios, sino que constituye una práctica comercial desleal. La demanda ha sido presentada como colectiva, en busca de representar a una clase más amplia de afectados, potencialmente más de un millón de propietarios en California.
Desde el punto de vista técnico, el uso de algoritmos en lugar de sensores directos para medir el kilometraje plantea muchas preguntas. No es algo inédito en la industria, pero sí altamente controvertido cuando se asocia directamente a políticas de garantía. El hecho de que el conteo no dependa exclusivamente del movimiento físico del vehículo, sino de estimaciones internas, rompe la equivalencia tradicional entre desgaste real y derechos de cobertura. Eso sí, por el momento no hay pruebas concluyentes que respalden la acusación, y todo lo planteado en la demanda debe considerarse con la debida cautela hasta que el proceso judicial avance.
Tesla, por su parte, ha trasladado el caso a un tribunal federal en Los Ángeles y ha negado todas las acusaciones materiales. No ha hecho comentarios públicos, y por ahora el caso permanece abierto. Esta no es la primera vez que la compañía enfrenta demandas por prácticas relacionadas con el software: también ha sido acusada de exagerar la autonomía real de sus vehículos o de modificar funcionalidades a distancia tras la compra.
Y mientras observo cómo se acumulan estas disputas legales, me vuelvo a preguntar: ¿dónde queda el control del usuario cuando todo depende de lo que diga un algoritmo que no puede ni ver ni auditar? Es curioso que algo tan físico como el kilometraje se haya convertido en una cifra discutible. Y más aún, que una simple cifra pueda marcar la diferencia entre estar cubierto o no por una garantía. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a delegar incluso eso?
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