Tesla, o más concretamente su máximo responsable, lleva años prometiendo una revolución que nunca termina de llegar. El coche completamente autónomo, sin volante ni intervención humana, iba a estar entre nosotros desde 2018, luego en 2020, después en 2022. Ahora, Elon Musk vuelve a dar una fecha: 2026. Pero lo hace con una novedad significativa. Por primera vez, reconoce que esa visión, si llega, no será tan absoluta como había proclamado. Y que habrá excepciones, límites y operadores humanos en la ecuación.
En la última llamada de resultados con inversores, Musk afirmó que en 2026 Tesla tendrá millones de robotaxis circulando, pero también reconoció que habrá situaciones donde no podrán operar. “Una ventisca en Manhattan” fue su propio ejemplo. Es un cambio radical respecto a su discurso previo, donde rechazaba abiertamente cualquier tipo de geofencing o limitación operativa por zonas.
La primera fase real comenzará, según el propio Musk, en junio de 2025 con una prueba piloto en Austin, Texas. Participarán entre 10 y 20 unidades del Model Y, cada una con un operador remoto de respaldo. Una cifra muy alejada de los “millones” anunciados, y que confirma que la autonomía total aún está lejos de generalizarse. Lo más significativo, sin embargo, no es la escala de esta prueba, sino el reconocimiento implícito de que Tesla aún necesita supervisión humana para operar en entornos reales.
Musk mantiene su defensa del enfoque técnico de Tesla: una conducción basada exclusivamente en cámaras y redes neuronales, sin sensores LIDAR ni mapas HD. Ha afirmado que sus vehículos cuentan fotones para superar problemas como la niebla o el deslumbramiento solar. Sin embargo, Tesla ha comenzado a incorporar micrófonos para detectar sirenas en algunos prototipos de robotaxi, aunque no se incluirán en los modelos comerciales. Una contradicción más en una estrategia que parece moverse entre el pragmatismo silencioso y el espectáculo grandilocuente.
Desde 2016, Musk ha asegurado en múltiples ocasiones que el coche autónomo de nivel 5 estaba “a la vuelta de la esquina”. Lo prometió para 2018, luego para 2020, y más tarde para 2021. En todos los casos, la fecha llegó y pasó sin que el sistema superase el nivel 2, mientras otras marcas como Mercedes han logrado certificaciones de nivel 3 en mercados clave. Aun así, Tesla continuó utilizando nombres como “Autopilot” o “Full Self-Driving”, incluso después de que reguladores en California prohibieran su uso por considerarlos engañosos.
Todo esto ocurre en un momento particularmente delicado para Tesla. La compañía atraviesa una fase de enfriamiento comercial, presión regulatoria y creciente escepticismo en torno a sus promesas tecnológicas. Las filtraciones de documentos internos, las investigaciones por fallos de seguridad y los múltiples incidentes en carretera han contribuido a que su sistema de conducción autónoma sea más conocido por sus carencias que por sus virtudes. Musk, incluso, llegó a bromear durante la llamada con inversores: “Tal vez he sido el niño que gritó FSD”, en alusión al cuento del pastor mentiroso. Pero la ironía no disimula lo esencial: después de tanto ruido, el coche autónomo de Tesla sigue sin llegar.
La historia reciente de Tesla es también la historia de una promesa repetida y aún incumplida. Y aunque ahora el discurso empieza a reconocer matices, la estrategia sigue siendo la misma: prometer lo máximo, incluso cuando la realidad empuja en sentido contrario. Queda por ver si esta vez, entre Austin y 2026, el futuro autónomo de Tesla dejará de ser un eslogan. Porque si no, lo único que cambiará será la fecha.
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