Trump Mobile, el engendro tecnológico que nunca pedimos, continúa su andadura con nuevos giros que no hacen sino confirmar lo que muchos sospechábamos desde el principio: que el supuesto móvil “orgullosamente fabricado en Estados Unidos” no era más que un espejismo dorado. En un movimiento silencioso pero elocuente, la compañía ha eliminado todas las referencias a la fabricación local (en Estados Unidos) del T1, su flamante y discutido smartphone, sustituyéndolas por expresiones ambiguas como “diseño con orgullo americano” o el todavía más etéreo “hecho realidad aquí en EE.UU.”.
Donde antes se leía, en mayúsculas y sin matices, “MADE IN THE USA”, ahora la página del T1 solo habla de manos americanas detrás del dispositivo, sin aclarar si esas manos ensamblan el terminal, lo embalan o simplemente procesan el pedido desde un centro de distribución… ¿quizá se refiere a las del repartidor que lo lleva hasta la puerta de tu casa? Tampoco queda ni rastro de la afirmación “fabricado con orgullo aquí mismo en EE.UU.”, y el plazo de entrega previsto —septiembre— ha desaparecido del mapa. Todo apunta a un repliegue estratégico tras el revuelo generado por la falta de viabilidad industrial de fabricar un smartphone completo dentro de territorio estadounidense.
Pero los cambios no se limitan al discurso patriótico. Las especificaciones del T1 también han sufrido un ajuste silencioso. La pantalla AMOLED de 6,8 pulgadas ha encogido misteriosamente hasta los 6,25, y los 12 GB de RAM que se anunciaban con orgullo en su presentación han desaparecido sin dejar rastro, sin que se haya ofrecido información alternativa. Por supuesto, seguimos sin saber qué procesador monta el terminal ni quién lo fabrica realmente, aunque a estas alturas apostar por una marca blanca asiática no parece arriesgado.
Pese a todo, Trump Mobile insiste en mantener el relato. “Los teléfonos T1 se están fabricando con orgullo en Estados Unidos”, aseguró un portavoz de la compañía, añadiendo que cualquier otra interpretación es incorrecta. Una afirmación que choca frontalmente con la retirada sistemática de esas mismas promesas de su web, y que alimenta aún más las dudas sobre la autenticidad de esta aventura empresarial.
La realidad, sin embargo, se impone con cierta contundencia. Analistas del sector han estimado que fabricar un smartphone completamente en EE.UU. —sin recurrir a la cadena de suministro global— elevaría el precio del producto hasta los 3.000 dólares. Difícil de cuadrar con el precio anunciado para el T1: 499 dólares. A no ser, claro, que se fabrique en el mismo sitio donde se hacen los “filetes Trump” o el “agua Trump Ice”, es decir, en algún lugar muy alejado de los estándares tecnológicos de Silicon Valley.
La paradoja se acentúa al recordar que Donald Trump, como actual presidente de Estados Unidos, ha intensificado en los últimos meses su presión sobre las grandes tecnológicas nacionales, exigiéndoles que trasladen la producción de sus dispositivos a territorio estadounidense. Apple ha sido el principal objetivo de esa campaña, con amenazas explícitas de aranceles a productos ensamblados en Asia si no reubica parte de su fabricación. Bajo ese prisma, que el propio entorno del presidente impulse un smartphone de procedencia confusa y con una narrativa cada vez más ambigua sobre su fabricación, solo añade ruido a un discurso ya de por sí contradictorio.
Está bastante feo pedir a los demás lo que uno no está dispuesto a cumplir. El caso del T1 pone en evidencia cómo la retórica del “hecho en América” se diluye cuando toca asumir costes reales, repensar cadenas de suministro y abandonar la rentabilidad fácil de la externalización. Trump Mobile no solo no predica con el ejemplo, sino que lo camufla tras fórmulas de marketing diseñadas para sonar bien en campaña, pero que no resisten un mínimo escrutinio técnico ni ético.
Trump Mobile, lejos de ser una propuesta disruptiva en el mercado móvil, parece más bien un escaparate propagandístico con carcasa dorada y ambiciones de souvenir electoral. La operadora virtual sobre la que se apoya no es más que un servicio revendido de T-Mobile, y el terminal, más allá del bombo mediático, no ofrece ni innovación ni transparencia. En este contexto, hablar de orgullo nacional parece un recurso de márketing más que una declaración de principios.
Queda por ver si el proyecto llegará a materializarse en algo tangible, o si acabará diluyéndose como tantas otras empresas que han intentado aprovechar el tirón de un nombre conocido. Porque por mucho dorado que lleve encima, el T1 sigue siendo lo que siempre pareció: un móvil que nadie pidió y que, a día de hoy, ni siquiera sabemos si existe tal y como se prometió.
Imagen de apertura creada por IA / más información e imágenes del artículo: Mashable
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