Donald Trump tiene hoteles, vinos, filetes, agua embotellada… y, cómo no, también tenía que tener un móvil. El Trump Phone fue anunciado con toda la fanfarria posible: dorado, patriótico, con especificaciones que sonaban a ciencia ficción de Aliexpress y un plan de datos «The 47 Plan» que hacía referencia al 47º presidente de Estados Unidos. Todo muy MAGA (¿Make Android Great Again?), muy T-Mobile revendido y muy “diseñado con orgullo en EE.UU.” (aunque nadie sabía exactamente qué quería decir eso). El teléfono debía llegar este otoño, y muchos ya esperaban ver desfilar por las calles un ejército de T1s con brillo cegador y cobertura dudosa.
Pero como suele pasar con los sueños dorados, este también ha terminado en algo más bien opaco. A semanas del supuesto lanzamiento, no hay rastro del T1. Ni fotos, ni prototipos, ni siquiera promesas renovadas. Lo único que queda es una web de Trump Mobile vendiendo gorras, camisetas y servicios de red genéricos sobre la infraestructura de T-Mobile. Lo del móvil ha pasado a ser un “espíritu” más que un producto, algo así como el unicornio republicano del hardware: todo el mundo ha oído hablar de él, pero nadie lo ha visto.
De hecho, la retirada de cualquier referencia al teléfono en los canales oficiales ha sido tan discreta como reveladora. Donde antes había promesas de fabricación local y pantallas de más de seis pulgadas, ahora hay silencio, ambigüedad y una tienda online con merchandising como protagonista. Las especificaciones se han ido borrando, el formulario de reserva ha desaparecido, y la fecha estimada de entrega se ha diluido como un tuit malintencionado. Si alguien preguntara hoy por el Trump Phone, probablemente recibiría como respuesta un gesto de hombros encogidos y alguna anécdota sobre filetes congelados.
Todo esto deja bastante claro que el proyecto nunca fue lo que pretendían que pareciera. Desde el principio, los detalles olían raro: confusiones entre RAM y almacenamiento, frases que mezclaban autonomía de batería con calidad de cámara, y una ausencia notable de datos clave como el fabricante del procesador. Las promesas de que se fabricaría “con orgullo” en Estados Unidos también fueron difuminándose poco a poco, hasta quedar en eso tan típicamente trumpiano de “diseñado en EE.UU., hecho realidad aquí”, lo que sea que eso signifique.
A estas alturas, parece evidente que el Trump Phone nunca fue un proyecto tecnológico serio, sino un ejercicio de márketing político, una jugada más dentro del universo de marca personal de Donald Trump. Algo con mucho brillo, pocas tuercas, y un propósito más propagandístico que funcional. Un souvenir dorado más para alimentar la nostalgia de campaña, no un teléfono con intención de competir en el mercado real.
Y aunque todavía haya quien mantenga una chispa de esperanza en su llegada, lo cierto es que todo apunta a que el T1 pasará a engrosar la lista de productos anunciados con más ruido que nueces. La idea de un móvil 100% estadounidense, con specs punteras a precio de ganga y conexión patriótica, no resiste ni el menor análisis técnico o económico. Mucho menos cuando ni siquiera se dignan a mostrar una imagen real del dispositivo.
Así que, por ahora, el Trump Phone se queda como lo que siempre sospechamos que era: un mito electoral con brillo de feria, más cerca del merchandising que de la tecnología. Si algún día aparece uno de verdad, será digno de museo. Pero hasta entonces, seguirá siendo eso que todos comentan, pero nadie ha tocado. Un smartphone que ni está… ni, probablemente, se le espera.
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