Cada vez tengo más claro que actualizar Windows 11 se ha convertido en un deporte de riesgo. A estas alturas, lo que antes eran fallos aislados tras algún parche mal testeado ya se parece más a una tradición: cada nueva actualización del sistema operativo llega con algún bug debajo del brazo, como si la inestabilidad fuera parte del paquete. Y la reciente actualización KB5071142 no es la excepción. Más bien, confirma el patrón.
Lanzada oficialmente por Microsoft como una actualización no vinculada a la seguridad, KB5071142 prometía una serie de optimizaciones menores, entre ellas una supuesta mejora en la consistencia del modo oscuro. En la práctica, sin embargo, ha resultado todo lo contrario. Los usuarios que han instalado el parche se han encontrado con dos errores notables, ambos visuales, pero lo suficientemente molestos como para que el impacto en la experiencia de uso sea evidente. Lo más desconcertante es que estos fallos afectan a funciones esenciales del sistema, como el Explorador de archivos y la pantalla de bloqueo.
El primero de los problemas confirmados por Microsoft es un destello blanco que aparece cada vez que se abre el Explorador de archivos mientras se utiliza el modo oscuro. Este parpadeo no solo rompe la estética que supuestamente se pretendía mejorar, sino que se repite de forma sistemática en varias acciones: abrir nuevas pestañas, navegar entre secciones del panel lateral, activar o desactivar el panel de detalles o incluso al copiar archivos y consultar el progreso. Aunque el destello dura apenas un segundo, su frecuencia lo convierte en una molestia constante, especialmente para quienes utilizan intensivamente la interfaz.
El segundo error detectado tras la instalación de KB5071142 es más sutil, pero no menos preocupante. Afecta al botón que permite introducir manualmente la contraseña en la pantalla de bloqueo cuando hay varios métodos de autenticación configurados. Dicho botón, simplemente, deja de ser visible. No desaparece del todo: si el usuario mueve el cursor por el lugar habitual, la descripción emergente confirma que sigue allí. Pero hace falta saberlo, confiar a ciegas y hacer click en el sitio correcto. Un fallo de interfaz menor, quizá, pero inexplicable en un componente tan básico como el acceso al sistema.
Estos nuevos fallos no son incidentes aislados. Se suman a una larga lista de errores que vienen acumulándose desde el despliegue del sistema operativo, y que han ido erosionando la ya frágil confianza de muchos usuarios. Visualmente, Windows 11 se ha vuelto impredecible: animaciones que fallan, botones que no aparecen, menús que se resisten a cargar. Más allá de los errores graves, esta acumulación de detalles rotos transmite una sensación de descuido que Microsoft debería tomarse mucho más en serio.
De hecho, voces con autoridad han empezado a manifestar su preocupación. Dave Plummer, creador original del Administrador de tareas de Windows, ha comparado el estado actual del sistema operativo con la etapa previa al Service Pack 2 de Windows XP. Su propuesta: frenar el desarrollo de nuevas funciones, abandonar por un momento la obsesión con la IA y Copilot, y centrarse únicamente en corregir fallos y estabilizar el sistema. No suena a locura. Más bien, a lo que muchos esperaban que Microsoft hiciera antes de lanzar cada nueva actualización.
Al final, hay una verdad incómoda: un sistema operativo no puede permitirse generar incertidumbre con cada parche. La fiabilidad no debería ser una promesa; debería ser el punto de partida. Pero mientras Windows 11 siga priorizando funciones brillantes sobre estabilidad básica, los errores seguirán siendo protagonistas de cada boletín. Y el chiste —ese de que nunca hay una actualización sin fallos— dejará de tener gracia para convertirse en una resignación silenciosa.
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