Hubo un tiempo en que Xbox era sinónimo de ambición y fuerza bruta en el mundo de las consolas. La era de Xbox 360 fue su momento de gloria: un catálogo sólido, un ecosistema online que marcó un antes y un después y una marca que se convirtió en la alternativa real a PlayStation. Hoy, sin embargo, esa seguridad se tambalea. El futuro de su hardware se cuestiona incluso desde dentro, y las palabras de una de sus voces fundadoras suenan más a epitafio que a análisis.
Laura Fryer, exdirectiva de Xbox y productora de los dos primeros Gears of War, ha declarado que, desde su perspectiva, Xbox (refiriéndose a la consola) está muerta. Su afirmación nace de la frustración al ver que la marca, en su opinión, ha abandonado todo aquello que la hizo grande, diluyéndose en un mar de servicios donde la consola como tal ya no es relevante. Cree que el reciente anuncio de la consola portátil ROG Xbox Ally carece de sentido, porque Xbox ya no apuesta por los exclusivos que justifiquen la compra de su hardware.
En su análisis, Fryer explica que no existe razón alguna para adquirir esta consola portátil si los juegos están igualmente disponibles en PC y, en algunos casos, en plataformas rivales como PlayStation o Switch. Para ella, Xbox ha perdido su esencia como plataforma única y ha entregado su diferenciación a la promesa de Game Pass, dejando de lado aquello que dio a la marca su valor real: los exclusivos que definían generaciones.
Su crítica no se limita al hardware. Señala el fracaso interno a la hora de desarrollar juegos propios con ritmo y contundencia. Títulos como State of Decay 3, Perfect Dark o Fable llevan más de cinco años en desarrollo sin novedades significativas, evidenciando, en sus palabras, que Xbox ha perdido la cultura de lanzar proyectos a gran escala con eficacia. La compañía ya no tiene ni los equipos ni los procesos para entregar lo que promete, afirma Fryer con rotundidad y decepción.
Pero si Xbox Series hoy no ha logrado despegar como se esperaba, gran parte de la culpa recae en los errores estratégicos de Xbox One. Su lanzamiento fue un desastre de comunicación y filosofía: la obsesión por centrarla como centro multimedia, la obligatoriedad inicial de Kinect y su sobreprecio respecto a PlayStation 4 dañaron la reputación de la marca de manera casi irreversible. Xbox Series llegó con una propuesta mucho más alineada con el espíritu correcto, pero el lastre de Xbox One impidió que se convirtiera en un nuevo renacer.
Y es que, aunque Game Pass ha sido su salvavidas y la convierte en referencia en servicios de suscripción, también ha diluido su identidad como consola. Tanto Fryer como Mike Ybarra, otro exdirectivo de Xbox, coinciden en que la marca parece haber perdido el rumbo. Xbox ya no es la consola potente con juegos exclusivos que justifiquen su compra, sino un servicio que se juega en cualquier parte. El riesgo es evidente: abandonar por completo el hardware y quedar como un simple icono en la nube, sin la fuerza de un ecosistema propio.
A día de hoy, parece totalmente confirmado que habrá una próxima generación de la consola, sí, pero su éxito no está asegurado. Porque si Xbox no redefine con contundencia qué significa ser Xbox, si no vuelve a ofrecer razones de peso para elegir su consola frente a las de Sony y Nintendo, puede que esa próxima generación sea la última. Y, en ese momento, el sueño que comenzó con la Xbox original no terminará con un fracaso estrepitoso, sino con algo aún más triste: la indiferencia.
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