A estas alturas, ya no sorprende. La opacidad, que en otros sectores se entendería como una señal de alerta, forma parte del ADN de Tesla. Y cuando uno se encuentra con noticias como esta, no puede evitar la sensación de que el guion ya está escrito. Una nueva tecnología, una promesa de revolución y, acto seguido, el cerrojo a cualquier información que pueda ponerla en cuestión. Esta vez, la escena se desarrolla en Austin, Texas. Pero el argumento —el que Tesla quiere imponer— es el mismo de siempre: confianza ciega, sin preguntas.
Según informa Reuters, Tesla ha solicitado formalmente que se mantengan en secreto los registros relacionados con su proyecto de robotaxis en la ciudad. La empresa alega que la información contenida en ellos —incluyendo detalles técnicos, protocolos y planes de despliegue— constituye secreto comercial. La ciudad de Austin ha elevado la solicitud al fiscal general del estado, quien tiene 45 días hábiles para decidir si esos documentos deben o no hacerse públicos.
El movimiento no es nuevo. Tesla ha demostrado en múltiples ocasiones su preferencia por operar en la sombra cuando se trata de su tecnología de conducción autónoma. Y eso incluye no solo la protección de patentes o estrategias empresariales, sino también la negativa sistemática a someter a evaluación externa aspectos clave de sus sistemas, incluso después de múltiples incidentes con el mal llamado Autopilot. La transparencia, en su caso, se ha entendido como una amenaza, no como una garantía.
Esto no impide, sin embargo, que las promesas sigan acumulándose. Elon Musk lleva más de una década anunciando que la conducción totalmente autónoma está a la vuelta de la esquina. Y aunque los avances han sido reales en algunos puntos, la realidad es tozuda: sus vehículos no conducen solos. No lo hacían en 2019, cuando dijo que tendrían un millón de robotaxis en circulación ese mismo año, y tampoco lo harán este mes, cuando se espera que Tesla despliegue entre 10 y 20 unidades en zonas restringidas de Austin. Y, mientras tanto, otros fabricantes han logrado superar a la empresa de Musk.
Que ese despliegue se haga bajo un velo de secretismo absoluto, incluso frente a la administración local, resulta inquietante. No hablamos de un producto doméstico o de una app en pruebas, sino de vehículos autónomos que compartirán espacio con peatones y otros conductores. Conocer los planes de Tesla, los mecanismos de seguridad o las condiciones de operación no es una curiosidad: es una necesidad para la seguridad pública. Ocultar esos detalles bajo el paraguas del «secreto comercial» solo aumenta las sospechas de que el sistema aún no está preparado.
El fiscal general de Texas tiene ahora en sus manos una decisión que puede sentar un precedente importante. No solo para Tesla, sino para todas las empresas tecnológicas que, en nombre de la innovación, pretendan esquivar la rendición de cuentas. Porque si el futuro va sobre ruedas —literalmente—, también debe circular por caminos visibles. Y el silencio, como sabemos, nunca ha sido una buena señal cuando se trata de tecnología que afecta a vidas humanas.
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